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ESCENA VIVA MAGAZINE CULTURAL

PÁNICO ESCÉNICO

PÁNICO ESCÉNICO

Por: Reinaldo Mirabal

El Pánico Escénico es la situación en la que la mente se ve desbordada por sensaciones que la traicionan de pronto. No sólo ocurre sobre el escenario. También puede ponernos en apuros al enfrentar una entrevista laboral, declararle los sentimientos a otra persona, pedir aumento de sueldo, rendir un examen oral o tener que proponer un brindis en familia…

Según el médico psicoterapeuta Norberto Levy: “Por pánico escénico se entiende la experiencia de sufrir una inhibición psicológica que perturba la posibilidad de desempeñarme en el rol que estoy ejecutando. En sus formas más intensas, se da en situaciones con muchos testigos u observadores de mi «performance». Pero también ocurre en la charla con un amigo al que le quiero comentar algo y no lo puedo hacer por temor a qué dirá”.

Sea cual fuere la situación en la que se produce el pánico, destacó el doctor Levy, hay un elemento causal común: la evaluación que uno hace de sí una vez realizada la acción. “Si interiormente tengo un evaluador crítico que me abruma, descalifica y desvaloriza, esto se convierte en la causa de mi temor -explicó-. En cambio, cuando puedo producir un juicio que aún señalando mis errores me enriquece, no le temo tanto al juicio de los otros porque me apoyo y confío en mi propio juicio: sé que no a todos los va a gustar lo que haga.”

Es que cuando ese evaluador interior que todos tenemos dentro es excesivamente desvalorizador, la persona recurre al juicio ajeno para neutralizar la autodescalificación. “Cuando uno es adulto, la función de evaluador que en la infancia tenían los padres, ahora la tiene dentro de sí y seguirá reproduciendo el modelo que experimentó”, comentó el doctor Levy.

“El evaluador maduro es el que reconoce mi error y facilita el aprendizaje de la experiencia. La persona autoexigente, en cambio, es la que se castiga a través de críticas, acusaciones y descalificaciones. Este es el evaluador inmaduro que genera el miedo paralizante en una persona que está llena de inhibiciones en la vida por la amenaza del castigo interior.”

Pero a no preocuparse porque no todo está perdido. Esas señales se pueden manejar si se aprende a reconocerlas. ¿Cómo? Prestándoles atención a las sensaciones displacenteras. “Pues por pequeñas que sean, son un aviso -dijo Conti, que logró manejarlas-. Ignorarlas, anestesiarlas o menospreciarlas agravará la situación. El miedo ignorado grita cada vez más fuerte para ser escuchado y aparecerán síntomas físicos”.

Básicamente el método consiste en la toma de conciencia de las sensaciones displacenteras asociadas con el miedo y la aceptación de las mismas como parte inherente de uno mismo.
Puede parecer a simple vista que esto no soluciona nada, pero más al contrario, ya que cuantas más ocasiones tomemos conciencia de esas sensaciones, más momentos en los que el cerebro -nuestro cerebro- asume como propio algo que nos ocurre, y crea un tiempo de retardo ante la aparición de la crisis. Es ese tiempo de retardo, ese lapso entre la primera molestia y la crisis, lo que nos da margen para analizar, objetivar lo que estamos sintiendo, al tiempo de emplear alguna técnica física de ayuda, como puede ser el caso de respiraciones profundas u otra técnica de relajación activa.

Es la necesidad de agradar a todos lo que produce en muchas ocasiones una crisis. La confianza en el propio juicio es pues fundamental, así como el reconocimiento ya expresado por Levy de “sé que no a todos les va a gustar lo que haga.” Claro que no, como a tí no te gusta todo lo que hacen los otros.


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